miércoles, 11 de septiembre de 2013

Para todos y todas

Argentina sufre en llamas la sequía, veranos fuera de época y la imprudencia (o la perversidad) de algunos.
Enormes extensiones caen bajo el fuego arrasador. Todos desesperan por las lluvias.
Pronto será momento de compensar a los derrotados. Se implementarán créditos blandos y reducciones o quitas impositivas. El Estado actuará lo más generosamente que pueda para aliviar a los sufrientes.
O sea que otra vez, entre todos, nos haremos cargo del desastre que causaron la naturaleza y algún factor humano. Entre todos (los que tenemos la solvencia suficiente) añadiremos a la cuantiosa carga tributaria actual (que le favorece a las autoridades la mitad de cada peso gastado por la población) los costos de la ayuda a los damnificados por el fuego.



Debemos decir que conmueve el dolor de los que perdieron todo y tuvieron en jaque a sus propias vidas. Natura es incontrolable.

El Estado debe estar muy preparado para estas emergencias. Claro que si hay obstinación en sostener el excesivo aparato militar, en hacernos pagar ineludiblemente los sobreprecios en los contratos estatales, en aguantar un sistema de docencia que dilapida lo que podría ser impostergable mejora de jubilados y desnutridos y en paralizar cualquier política que reactive la democracia económica (en lugar de engordar a los monopolios amigos), el peso de las soluciones nos será cada vez más gravoso.

martes, 10 de septiembre de 2013

El insuperable narcotráfico

La seguridad pública es una sensación. El Estado, usuario legítimo de la fuerza, cumple momento a momento con su obligación de protegernos de la perversidad social. Dispone de los jueces, fiscales y policías para llevar a cabo esa insoslayable tarea. El gobernador bonaerense puede jactarse del éxito de su política de defensa de vidas y bienes de la ciudadanía.
El espíritu que señalamos es fácilmente perceptible en la legislación preventiva. Obligar a los ocupantes de una moto a usar casco, a los usuarios de un auto a ajustarse el correaje de seguridad; el no atravesar la doble línea amarilla en rutas para no encontrarse frente a otro vehículo, son todas medidas que ayudan a que lo peor no suceda.
Así, todas las obligaciones que portan a la máxima tranquilidad de conductores, conducidos y peatones.
Es tan firme ese propósito que si algún tonto llega a manejar una motito con la patente desacomodada, sin casco y la falta del recibo de la cuota del seguro forzoso, no podrá recuperar su rodado (por lo muy gravoso del castigo que sufrirá, que probablemente iguale o supere el valor de su unidad).
Prevenir, aunque no resulte lo eficaz que se planeó, ayuda a que los potenciales infractores sepan sus riesgos económicos y a que las arcas fiscales accedan a dineros suplementarios y que alivian los descomunales gastos que se impone la administración pública.
En ese sentido, resultará provechoso extender progresivamente la intención preventiva que aliente mejorar nuestra sociedad. Tener una religión obligatoriamente, no leer comentarios periodísticos desestabilizadores, no poder ir a la cancha cuando se es socio del equipo visitante y otras imposiciones acompañarán a la recuperación del orden ansiado y que la impericia de gobiernos anteriores elevó a expresiones estratosféricas.

Alentemos a los gobernantes a asumir el rectorado moral que perdimos hace tres décadas. Sepamos que el narcotráfico, que hoy une la marcha de numerosos estados, es incombatible. Ajustemos nuestras leyes a esa debilidad y sepamos mirar el futuro con ilusión.