jueves, 23 de mayo de 2013

La mitad

De cada peso que la gente puede gastar, el Estado le quita la mitad.
Esa es la parte de lo que cada vecino cede de sus posibilidades de consumo para que el aparato público pueda desenvolverse.
Para calcularlo hay que agregarle al IVA (17 centavos y medio de cada peso en bolsillos) los impuestos aplicados directamente sobre el gasto privado: los provinciales y municipales, más los de la nación (como Internos, Fondos, etc).
Además, de cada moneda o billete hay que separar lo que las administraciones públicas reclaman bajo la forma de patentes, inmobiliario, limpieza y conservación de calles, tasas sanitarias y demás.
Es claro que todo ese dinero extraído de la capacidad de consumo popular se destina a hospitales, escuelas, subsidios varios y muchos, administración, seguridad. Y también a lo que insumen las fuerzas armadas, policías, etcétera. Más los efectos del endeudamiento externo e interno.






Para algunos podrá parecer justificado y para otros excesivo. Depende de cómo se gaste: cuál es la inteligencia y la calidad de lo que usa el Estado para sostenerse (o mejorar, como en otros pocos países).
No entraremos en el juicio sobre la validez y razones de esos presupuestos. Vale la pena el tomar conciencia del escenario en que se despliega la economía real (y sin considerar cómo puede complicarlo todo la inflación que las autoridades no quieren o no saben controlar).

La economía es un circuito polarizado por productores y consumidores. Debilitar la capacidad de gasto para usos improductivos (tanto por el Estado como por los particulares y en un circo de usurarios intereses financieros y de engorde de los monopolios) arriesga el desarrollo del empleo humano y material y el futuro social.