Argentina sufre en llamas la
sequía, veranos fuera de época y la imprudencia (o la
perversidad) de algunos.
Enormes extensiones caen bajo el fuego arrasador. Todos desesperan por las lluvias.
Pronto será
momento de compensar a los derrotados. Se implementarán créditos
blandos y reducciones o quitas impositivas. El Estado actuará lo más
generosamente que pueda para aliviar a los sufrientes.
O sea que otra vez, entre todos, nos
haremos cargo del desastre que causaron la naturaleza y algún factor
humano. Entre todos (los que tenemos la solvencia suficiente)
añadiremos a la cuantiosa carga tributaria actual (que le favorece a
las autoridades la mitad de cada peso gastado por la población) los
costos de la ayuda a los damnificados por el fuego.
Debemos decir que conmueve el dolor de
los que perdieron todo y tuvieron en jaque a sus propias vidas.
Natura es incontrolable.
El Estado debe estar muy preparado para
estas emergencias. Claro que si hay obstinación en sostener el
excesivo aparato militar, en hacernos pagar ineludiblemente los
sobreprecios en los contratos estatales, en aguantar un sistema de
docencia que dilapida lo que podría ser impostergable mejora de
jubilados y desnutridos y en paralizar cualquier política que
reactive la democracia económica (en lugar de engordar a los
monopolios amigos), el peso de las soluciones nos será cada vez más
gravoso.