sábado, 15 de septiembre de 2012

Cacerolas

Emotivas, impactantes, las concentraciones no programadas del jueves pasado le impusieron al gobierno el cansancio por la soberbia, la cerrazón, el atropello y la falta de respeto social.
Los actos tuvieron el valor de reunir sentimientos y expresiones que no encuentran actores en la escena política.
Las respuestas del elenco que acompaña a quien debería asumir la representación de todos han sido las esperadas: son los que no votaron a favor, son la clase media pudiente, los que apoyaron al proceso de reorganización, etc.
La realidad volvió a mostrar una Argentina dolorosamente dividida. En tanto, el oficialismo dibuja cifras de crecimiento y modernización. Al tiempo quese trata de desplegar un proyecto populista de clientelismo, disgregación y continuismo, la otra Argentina clama por seguridad, libertades y dignidad.


Es de esperar que lo vivido sea el arranque de la vías en que deberán encontrarse los dirigentes para lograr un acuerdo de metas básicas hacia la recomposición de la democracia, arriesgada sin medida por las autoridades actuales.
La defensa del modelo es la adhesión puntual a gestiones que tienen que ver con reparaciones insoslayables. El enjuiciamiento a los genocidas es uno de los ejes centrales. A l propio tiempo, no se habla de los grupos armados que promovieron la autocracia de los 70 como efecto de su desandar clandestino y sangriento.
El modelo destaca lo gubernamental en base a la legitimidad de la justicia sobre lo que no puede olvidarse. A la vez, desdeña el reclamo de quienes respetan los enjuiciamientos pero piden por las urgencias que no parecen interesar al gobierno: desigualdad, indefensión popular, asfixia de las libertades.
El poder actual se ha edificado sobre la acumulación de riquezas y su continuidad es el compromiso irrenunciable de quienes lo ostentan y sostienen para su execrable ventaja. Han debilitado nuestra democracia sin calcular el riesgo de disolución que se avizora.